Cuenta Lazos de la Vida Turbulenta Queriéndola Matar
  Mejor en el medio
 
 

Mejor en el medio

 

Dice el dicho que no es bueno subir muy alto salvo que tengas un buen salvavidas, pero como todo, es muy fácil decirlo. Cuanto más subo sin que nada pase, más seguro me siento aunque esté desnudo. Cuando caí, me dí cuenta que quien pensaba que me curaría las heridas ha desaparecido, había subido tan alto que la nieve hacía mella en mis huesos desnudos y desnutridos, porque mi piel hacía tiempo que había sido quemada por el sol. Pero yo estaba a lo mio, tenia cosas más importantes en las que pensar hasta el tropiezo, cuando entendí que estaba solo, no perdido, pero si lejos, muy lejos de los míos.

Ya estaba demasiado herido, mi corazón manda pero el cuerpo se ha dado por vencido y toca retornar. Busco aliento en la gélida nieve que quema mis labios mientras la garganta disfruta de su único manjar. Tengo prisa de repente por volver, pero cuanto mayor es la prisa, menos puedo moverme y decido arriesgar. Confiemos en las leyes de la gravedad y rodemos montaña abajo como cuando éramos felices niños, sin complicaciones, en el parque con nuestras gominolas. Pero cayendo me acordé que había olvidado lo más importante, todo lo que hacíamos de críos era porque éramos demasiado ingenuos y no contábamos con las consecuencias.

Sobre el pesar del cansancio y las quemaduras se unían ahora la multitud de golpes por la bajada, una costilla rota, la cabeza ensangrentada, lleno de magulladuras y el ¿Frío!, ¡Qué frío!. Solo quedaba un cosa, tumbarse y empezar a morir, quizás rápida y placenteramente o por el contrario, lenta, dolorosa y criminalmente a causa de mi incompetencia.

Sin embargo, de repente despierto en una tienda de campaña minúscula pero suficiente, con todo el cuerpo vendado y sintiendo unas caricias en la cabeza que transmiten ganas de vivir. Otra persona que a diferencia de mi si llevaba provisiones a pesar de estar subiendo alto. Cuanto menos un sitio para cobijarte deberías haber traído, me comentaba dulcemente, sin recriminarme, simplemente sincera. Estuvimos varias semanas hasta que me recuperé, no me atreví a moverme hasta no haberme curado las heridas, quizás por miedo a que estas se multiplicasen o simplemente por comodidad, aunque lo cierto es que era necesario. Me di cuenta pasado el tiempo que aquello fue un momento de reflexión y recuperación tanto interior como exterior donde conocí de nuevo a la persona más maravillosa y allí, ya recuperado, charlando en aquella acogedora tienda individual, decidimos que subir por subir no merecía la pena, que es posible que volviésemos a estar solos, de modo que bajaríamos un poco la montaña hasta donde volviese a haber vida y estaríamos rodeados de naturaleza. Cuando tuviésemos la necesidad innata en el ser humano de movernos, no lo haríamos hacia arriba ni hacia abajo sino que bordearíamos la montaña y cada vez que pasásemos de nuevo por un sitio nos fijaríamos en algo bello que no hubiésemos visto antes. Porque al fin y al cabo, arriba, cuando empiezan las cosas difíciles, es todo igual, un manto blanco precioso, pero siempre lo mismo y abajo hay demasiado bullicio para poder ser felices.


 

 
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